17.4.10

Subterránea

El subte me inspira, me ilumina. Cuando bajo, paso a paso, los escalones de la interminable escalera y siento el calorcito que emerge desde la ciudad subterránea, ya me estoy inspirando.
Me divierte cruzarme con la gente que sale apurada de las profundidades; con cara de enojo, de sueño,de persona que está yendo a trabajar y no tiene ganas.
Los observo, siento que me observan. Están ahí...
Me cruzo a diario con una cantidad indescriptible de individuos que quizás nunca más en la vida vaya a ver, o quizás sí.
Escalón tras escalón los veo; puedo sentir su nerviosismo,su felicidad,la tranquilidad y las malas energías.
Ahí está, en lo más hondo de la ciudad, otra urbe distinta; con un aroma especial. No sé por qué nunca saco aquellos boletos que vienen de a diez o de a veinte...
Todos los días la misma rutina:
- Hola, uno por favor.
- Gracias...
Me doy media vuelta, a veces tengo que formar una fila. Me apuro porque percibo la vibración subterránea que producen los trenes y creo que el que se aproxima es el mío, pero no. Siempre es el del otro lado del andén...
Coloco rápidamente la tarjeta magnética, mirando el lado al que debe apuntar la flecha. La máquina me señala que mi saldo es de cero viajes, como era de esperar. Oigo un agudo ruidito, empujo con mi cuerpo el plateado molinete que gira, doy dos pasos, sigue girando y se asienta nuevamente en su posición inicial. Atrás mío espera un hombre de traje que ejecutará los mismos movimientos que yo, y al lado suyo una mujer canosa coloca sobre una pantalla otro tipo de tarjeta; una magnética, recargable.
Ahora sí, estoy adentro por completo. Huelo, no puedo dejar de oler. Miro las vías, desgastadas y oscuras, cargadas de historias. Sí, porque hasta una vía de tren está repleta de ellas.
Camino de un lado hacia el otro, apunto hacia el extremo opuesto del pasillo porque sé que subiéndome a los últimos vagones daré justo con la entrada de la combinación; y pienso en la cantidad de veces que oí relatos de suicidas empedernidos que decidieron regalar su vida al destino en aquella estación de subte.
Intento separarme de las líneas amarillas gracias al temor a que alguien intente empujarme al vacío cuando el tren se aproxima...
La gente del otro lado del andén camina hacia un lado y hacia el otro.Me gusta verlos, me inspiran. Pienso qué será de las vidas de aquellos seres atrapados en una cueva, al igual que yo, esperando un medio de transporte que marcha por debajo de la tierra y del sol.
Pienso que quizás estoy pensando demasiado, que debería dejar de pensar tanto, que lo mejor es ponerme los auriculares y escuchar música o tomar una revista del bolso y hojearla; pero en este instante advierto la cercanía de mi tren, el suelo comienza a temblar un poco... los que estaban sentados salen eyectados de sus asientos y se instalan justo en el límite entre la tan temida línea amarilla y la nada. El tren se aproxima a toda velocidad, les pasa por al lado y les vuela la cabeza.
Yo los sigo mirando, estoy invadida; distingo publicidades, colores, sonidos, olores, voces, viento, frío y calor. Gente en movimiento, despeinada.
Un grupo de chicas jóvenes se ríen, una universitaria con cara de cansada se arregla el pelo. El tren se detiene.
Me divierte cruzarme con la gente que sale apurada y apiñada de los subtes. Los observo, siento que me observan. Están ahí...

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