28.5.10

La nueva era




Redes sociales, redes sociales, redes sociales y más redes sociales.
El blog, el facebook, el twitter, el flickr, el tumblr. Intenté "evangelizar", por decirlo de alguna manera, a ciertos/as conocidos/as que no superan los 90 pero que tampoco bajan de los 60 (léase: mi abuelo, abuela, amigos de la abuela, señoras del negocio, etc.) pero no hubo forma.
¿Cómo hacerle comprender a alguien que vivió su infancia rodeado de juegos de ingenio, muñecas de porcelana, yo-yos y trompos, entre otros, que en la actualidad existe una especie de supramundo digital, que controla la vida de gran parte de la población adolescente-joven?
Cuando era chica me encantaba jugar con las Barbies, que vengan las chicas a casa después del cole, mirar Rugrats (sí, los dibujitos eran más inocentes aunque digan lo contrario!), Leyendas del templo escondido y La vida moderna de Rocko.
¿Computadora? Ni hablar. Hasta los once, doce, no debo haber abierto una cuenta de mail (y en Yahoo! obvio).
Peter había instalado internet ImpSat y fue toda una revolución en casa. Que no te conectes después de las diez, y menos sin mi permiso.
Recuerdo que cada página iba abriendo muuuuy despacito, de arriba hacia abajo. Recibir un email era un disparate a mi corta edad.
Y pensar que hoy, a los tres años ya tienen Informática en el colegio, y cambiaron la tortuguita y MS-DOS por el Windows Vista y el Facebook (al que suben, desde los nueve o diez años, fotos en el cole con sus amigos).
Me sorprende.
Por eso me regocijo con las historias de los viejos. De la infancia que ya no existe, o sí, pero de otra manera, más digital.
Los de 19,20 años para arriba estamos como en una especie de linde entre esta nueva era digital y su anterior y antagónica época.
Me gusta. Siento que viví una infancia moderna, pero no tan moderna como la que se vive hoy. O será que cada uno siente que su infancia fue la mejor y que sus dibujitos son irremplazables.
No desistí en mi intento de hacerle comprender al abuelo qué es el Facebook, pero me divierte más que me cuente cómo era vivir en una aldea gallega a principios del '30.

Tenía ganas de contar esto.
Fin.

16.5.10

Iba tarareando una canción de Diego Torres, "tú me enseñaaaaste que taaann simples son las coosas". Le gustaba el ritmo de la canción. Sí, una buena dosis de Diego Torres le venía bien, un poco de color esperanza, de quitarse los miedos sacarlos afuera.
Caminó unos metros más, necesitaba estar sola, respirar el aire frío de la ciudad. Quiso comprarse un libro que nunca encontró.
If you’re not the oneee,then why does my hand fit yours thiiiis way?
Era demasiado para ese domingo. No quería escuchar eso, sabía que él nunca se la iba a dedicar. Optó por cambiar la música nuevamente, pero cualquier canción iba a llegarle directo, directo, como una flecha en dirección justa y precisa, al corazón.
Y decidió apagar. Escuchar el ruido de la ciudad. Seguir caminando sola. Pensar. Rogar por dentro que todo pase. Aprender. Que el cielo se la lleve lejos, bien lejos... Escribir hasta que le sangren las manos y quedar en ese estado de por vida.
Es imposible.
Volvió a encender la música y se dejó llevar.
Era sólo cuestión de tiempo,
y todo va a volver a la normalidad.
(Y algún día, le va a dedicar la canción)

1.5.10

Los árboles

Hoy me desperté pensando en las hojas de los árboles cayendo lentamente, durante el otoño, dejándolos desnudos, vacíos. Pensé en lo que los pobres arbustos deben sufrir cuando ven caer a sus hojitas, aquellas a las que le dieron vida, a las que tuvieron que contener en la copa o en el tronco durante algunos meses.
Sospecho que en la vida de las personas, el mecanismo funciona igual. Vemos la caída de nuestras hojas, los momentos en los que nos quedamos solos o vacíos como sinónimos de dolor, de frustración, de tristeza, de fracaso. ¿Acaso la caída del follaje significa que el árbol morirá? No.
Al contrario, cada desprendimiento encarna el comienzo de una nueva etapa; los árboles no morirán, simplemente las hojas que deben caer caen... y vuelven a renacer.
Para los seres humanos, cada fracaso y cada quedarse despojado de "hojas" representa una caída. Es un momento crítico, en el cual lloramos hasta quedarnos sin lágrimas para luego de un tiempo darnos cuenta de que las hojas siempre vuelven a crecer... incluso más fuertes.
Cada crisis conlleva un nuevo amanecer, un nuevo despertar. Sí, crisis significa cambio; cada uno de esos cambios es positivo y deberíamos verlo como una demostración más de la sabiduría de la vida, a pesar de que, para ello, tengamos que dejar caer nuestras propias hojas.